Apenas veo, entre la niebla, dónde está tu casa. Giro sobre mi misma al son del viento que susurra entre las hojas del viejo Manzano que esta junto a mí, como hipnotizada. La hierba endurecida por el rocío helador de la mañana cruje bajo mis pies descalzos que bailan sobre ella. Mi cuerpo menudo y ligero intenta flotar ingrávido.
Si cierro los ojos la visión es aún más nítida. Estas junto a mí, con tu cara arrugada, las manos curtidas, ásperas, la mirada escondida bajo esos párpados caídos, tu barba canosa y recia. Hablas sin parar contando historias medio inventadas que adoro escuchar. Un año más llega el día, termina el verano y vuelvo a mi casa. Adiós a las luciérnagas que iluminan tu jardín, al olor de la leña ardiendo antes de cenar, a esconderse entre los maizales, al sabor de las ciruelas rojas bajo el sol templado de la tarde.
Me voy pero como siempre intento retenerlo todo en mi memoria, en mi nariz, en mi boca… para que, aunque ya no estés junto a mí, cada momento perdure